En su libro La sociedad de la transparencia,
Byung-Chul Han plantea el lugar central que mostrarse ocupa en todas las áreas
de la sociedad. Se disipa la oscuridad, no hay incógnitas, descubriéndose todo, no
hoy ocultaciones, tienes resueltas tus dudas si sabes moverte en la web, donde
encuentras tutoriales para tus problemas. El pago es que, reducidos a ser catálogos
de descripciones, perdemos nuestra singularidad y el papel que nos queda
es el de mercancía de cambio.
No hay hablar, hay tips; no se piensa, se recitan recetas
ajenas; no se hace, se ejecutan rutinas; no hay proyectos, hay programas; no se
es, se muestra y demuestra, en imágenes seleccionadas y palabras rebuscadas, una
imagen pretendida, procurando parecer. Así, en esta vía, la propuesta es reinventarse
para permanecer vigentes.
Pero renunciando a lo que nos hace propios, quedamos expuestos a desdibujarnos
en la multiplicidad que se pretende abarcar.
Adentrarse en la filosofía no es repasar un inventario de modas. Lo que cuenta de ella
es que nos precedieron hombres que contestaron las preguntas que se hicieron,
preguntas que recreamos en tanto tienen vigencia para nosotros. En ese sentido, hablé de presocráticos
actuales en El Rápido de Palermo,
changarines y peones discutiendo sobre el sentido de la vida humana.
Por enfrascados que estemos en exponer intimidades, en
transparentar informaciones, la nada sartreana, ese caldo bullente de misterios,
cegueras, realidades que escapan a nuestras experiencias y a nuestro raciocinio,
fuera de los límites de nuestros conocimientos y percepciones, nos espera, animándonos a vivir.
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